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Los humedales, aliados naturales para mitigar el efecto de las inundaciones 

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Los cambios de uso del suelo para urbanizaciones o producción agropecuaria bajo diques afectan el equilibrio natural del Delta del Paraná. Expertos recomiendan volver a soluciones basadas en la naturaleza. 

La modificación artificial del mosaico de humedales del Delta del Paraná para ganadería bajo diques o el desarrollo de urbanizaciones está alterando el equilibrio natural y causando impactos severos sobre el ambiente y la vida humana. Las inundaciones que padecieron localidades del norte de la provincia de Buenos Aires durante el pasado mes de mayo son un ejemplo de eso: lluvias excepcionales potenciadas por el cambio climático, en una geografía alterada al punto de perder o reducir sus posibilidades naturales de mitigación de estos fenómenos, dejaron un saldo grave en vidas y en pérdidas materiales.  

Para los expertos de la Fundación Humedales/ Wetlands International y de otras organizaciones locales, tanto en el Delta del río Paraná como en cuencas asociadas como las de los ríos y arroyos Luján, Reconquista y Areco, la construcción de terraplenes y diques para impedir el ingreso de agua en los humedales y utilizar esas tierras inundables con fines agrícolas-ganaderos, rellenarlos para la construcción de emprendimientos  inmobiliarios aumenta el riesgo de inundaciones y afecta la biodiversidad. “Los humedales son una especie de esponja natural que absorbe los excedentes hídricos. Cuando desaparecen o se modifican de manera drástica, pierden esa función”, explicó Nadia Boscarol, bióloga de Fundación Humedales/ Wetlands International. 

Según los datos que surgen de la “Actualización 2025: mapeo de endicamientos, terraplenes y urbanizaciones cerradas en el Delta del Paraná y cuencas tributarias bonaerenses”, de Fundación Humedales/ Wetlands International, publicado a principios de este año, el 14,04% de la superficie del Delta se encuentra endicada, porcentaje que asciende hasta un 28,7% en la porción que corresponde a la provincia de Buenos Aires. Allí se relevaron 596 urbanizaciones cerradas, 47 más que las registradas en 2018. El 70% de esas urbanizaciones mapeadas están principalmente en la cuenca del río Luján.  

Este tipo de obras modifica los patrones de drenaje y circulación de las aguas, impactando sobre el funcionamiento natural y conectividad de los ecosistemas de la región. “Los cambios de usos del suelo, más el futuro escenario previsto en relación con el cambio climático que prevee más lluvias convectivas en esta región del país, terminan generando las inundaciones que vimos este año”, agregó Boscarol. 

Para Mariela Heise, arquitecta especializada en planificación urbana, “hay que poder pensar la gestión del territorio de manera integral, cambiar la mirada e ir hacia soluciones basadas en los propios ecosistemas. Los humedales son, de manera natural, una solución a los excesos hídricos. Hay que cambiar de gestiones locales a gestión de cuencas”, dijo.  

En el estudio que actualizó el mapeo territorial se relevó una superficie de 34.618 km², de los cuales el 56% corresponde al Delta del Paraná y el resto a cuencas tributarias bonaerenses. En total se registraron 8.938 kilómetros de terraplenes, una distancia equivalente a recorrer la ruta 40 desde La Quiaca a Ushuaia ida y vuelta. El mapeo permitió identificar una superficie de 2.582 km²  endicada en las provincias de Entre Ríos y Buenos Aires, una superficie equivalente a casi 13 veces el tamaño de la Ciudad de Buenos Aires.  

De humedal a barrio cerrado 

El desarrollo inmobiliario en zonas de humedales que dependen del sistema del Delta del Paraná, muy intenso en la sección bonaerense de ese ecosistema, ha sido desordenado y explosivo. Ese avance de urbanizaciones sobre territorios sujetos a los pulsos de crecientes del río Paraná no solo está relacionado con el crecimiento poblacional vegetativo del AMBA y ciudades cercanas, sino que también está atado al bajo costo de las tierras anegables e inundables. El trabajo de Fundación Humedales/ Wetlands International destaca que hay un crecimiento sostenido de barrios cerrados en zonas de humedales, especialmente en la cuenca del Río Luján, donde el 26,8% de la planicie de inundación ha sido transformada en urbanizaciones cerradas.  

A partir de 2020 se observó una “tercera ola” de urbanización cerrada impulsada por la pandemia de COVID-19, que generó un boom inmobiliario en áreas de humedales. Actualmente se habla de una “cuarta ola”, vinculada a un cambio cultural, donde cada vez más jóvenes eligen vivir cerca de la naturaleza, sin considerar los impactos ambientales de esta expansión descontrolada.  

Para Adriana Anzolín, licenciada en Química (UBA) con un postgrado ambiental y quien forma parte de la Red del río Luján y de la Asamblea Socioambiental de Campana, “se perdieron miles de hectáreas de humedales que se rellenaron o endicaron, miles de hectáreas de esponjas naturales. Hoy llueve más, pero hay menos infiltración y retención porque hay menos humedales. Es un combo muy peligroso y estamos viendo las consecuencias de esto”. 

En las porciones entrerrianas y santafesinas del delta, la construcción de terraplenes y endicamientos ha estado mucho más relacionada con usos productivistas: de un perfil frutí-hortícola y forestal a mediados y finales del siglo pasado, se pasó a un uso principalmente ganadero en las últimas décadas. 

“A fines del siglo XX e inicios del XXI, el avance de la frontera agrícola en tierras continentales, fenómeno conocido como la ‘sojización’, fue determinante en la relocalización e intensificación de la ganadería en humedales del Bajo Paraná, reemplazando la llamada ganadería de Islas histórica y tradicional por un modelo que propone la transformación de los humedales mediante la construcción de diques y terraplenes. 

Planificar es la tarea 

Las últimas lluvias que cayeron sobre el norte de Buenos Aires, así como los temporales que afectaron a Bahía Blanca y a la ciudad de Vera (Santa Fe), son ejemplos de eventos “nunca vistos” que comienzan a ser más frecuentes e intensos, por efecto del cambio climático. En este escenario, mejorar la gestión del territorio se convierte en una tarea impostergable. “Faltan estudios de impacto ambiental serios y acumulativos cuando se construyen urbanizaciones. Falta ordenamiento ambiental del territorio, que deje espacio para que estos ecosistemas puedan seguir prestando sus servicios de absorbentes de los excesos hídricos”, razonó Boscarol. Se trata, según la especialista, de priorizar las soluciones basadas en la naturaleza -conservar lo que ya existe- en vez de insistir con la llamada “obra gris” (canalizaciones, diques), que demanda presupuestos enormes, para quedar rápidamente obsoleta”. 

“Hay una cultura de ir a la obra dura en las autoridades que debería revisarse. En la Diplomatura en Humedales que se dicta en la UNSAM (Universidad Nacional de San Martín) buscamos capacitar a funcionarios y técnicos para que tengan en cuenta la mirada ambiental frente a la planificación territorial”, puntualizó Boscarol. “Si se sigue construyendo sobre humedales, no habrá obra hidráulica que alcance. Hay que cambiar de paradigma”, subrayó Adriana Anzolín. 

Mariela Heise coincide: “Es hora de salir de las miradas limitadas de cada municipio o intendente sobre su territorio, para pasar a un trabajo de gestión de cuencas. Debemos aprender de lo sucedido y construir otro paradigma que vaya hacia una convivencia con el agua en todo sentido. Nuestras ciudades deben ser transparentes al agua”, concluyó la experta en planificación urbana. 

Resulta imprescindible contar con una planificación territorial que reconozca a los humedales como aliados naturales para atenuar los efectos del cambio climático y mitigar el efecto de las inundaciones. 

 

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